Alicia de Larrocha de la Calle Martínez

07.05.2021

Conocida como Lady Mozart por su maestría al interpretarlo, la barcelonesa dio su primer concierto a los seis años, a hacer giras por España a los nueve, por Europa a los 15 y dar el salto a EE UU con 24. Para cuando cumplió los 61 ya había ganado cuatro grammys, había sido elegida música del año en Nueva York, condecorada con la Legión de Honor de la Orden las Artes y letras Francesas o ser nombrada doctora Honoris Causa de varias universidades de EEUU, donde la idealizaron y desde donde comandaba una multitud de fans por todo el mundo.


Érase una vez, una niña una joven morena y menuda llamada Alicia de Larrocha. Conocida como Lady Mozart por su maestría al interpretarlo, la barcelonesa dio su primer concierto a los seis años en la exposición universal de Barcelona -su madre fue alumna de Granados, su tía profesora de piano-, a hacer giras por España a los nueve, por Europa a los 15 y dar el salto a EE UU con 24. Para cuando cumplió los 61 ya había ganado cuatro grammys, había sido elegida música del año en Nueva York (1982), condecorada con la Legión de Honor de la Orden las Artes y letras Francesas o ser nombrada doctora Honoris Causa de varias universidades de EE UU, donde la idealizaron (era una habitual del Carnegie Hall o del Lincoln Center de Nueva York) y desde donde comandaba una multitud de fans por todo el mundo.

David Frost, encargado de producir la mayoría de sus grabaciones al final de su carrera, asegura que:

Su humildad no era una pose, era real. Ella sentía que tenía que llegar a una ideal con la música que se había marcado y que nunca parecía alcanzar.

Su estatura -apenas llegaba al metro y medio-, su aparente fragilidad, y el tener unas manos especialmente pequeñas nunca fueron handicap en su carrera. «Estiraba las manos incluso cuando no estaba tocando», recuerda su hija. El director Gerard Schwartz destaca su maestría y el «hecho de que nunca sonora mecánica, de que sus ritmos fueran siempre sofisticados». Su soltura se podía comprobar hasta cuando se enfrentaba al Concierto para piano y orquesta número 3 de Rachmaninov, una pieza que para su época era impensable interpretar con unos dedos tan pequeños como los suyos. «Lo tocaba como si nada, de una forma tan romántica», apunta embelesado el director.

Ella bromeaba con su estatura: «Mi meta siempre fue hacer arte. Desde que nací he sentido la música. A mi madre y a mi tía, alumna de Granados, les horroziba que una niña tan pequeña se dedicase a esto y que eso fuera un detrimento para mi desarrollo. Quizá por eso no terminé de crecer», cuenta en una de las entrevistas de archivo del documental. En uno de sus conciertos en Manhattan, en el año 82, una conductora de televisión estadounidense la presenta «como una mujer de corta estatura pero gigante con el teclado». Basta con verla en el film interpretando a Manuel de Falla, Mompou o Chopin como para corroborarlo y para quedarse hipnotizado con su técnica.

Avanzada a su tiempo, su matrimonio con el también pianista Joan Torra supuso una auténtica revolución para la época. Él dejó su carera para que ella pudiese explorar su talento. Torra frenó su carrera y se puso a dar clases para sufragar los inicios de la pianista en EEUU. Cuando la carrera de la pianista despegó, él cuidó de sus hijos y los crió mientras ella pasaba seis meses al año de media al otro lado del charco. «Fue mi héroe, lo dejó todo por mí y se dedicó a mí, toda la vida», dice ella emocionada en una entrevista en los 80. Su hija, Alicia, lo sostiene: «sin mi padre no hubiese podido tener una familia, viajar y tocar. Él era su puntal». No hay lamentos sobre ausencias maternas en el film. «Mi madre era feliz con ser independiente, no con el hecho de dejarnos cada vez que viajaba», recuerda. Su biógrafa, Mònica Pagés, destaca en la cinta que De Larrocha era «una mujer de fidelidad extrema a su familia y a amigos». Olmos, directora del documental, lo corrobora: «Antes de que llegase el teléfono, escribía una carta diaria a su marido. Tenían un contacto continuo. Ella amaba a su familia, se preocupaba por si los niños comían bien o por cualquier problema de salud, se deesvivía por ellos».

Rodeada de estrellas como Montserrat Caballé o Dalí durante su carrera, los que la conocieron insisten en destacar dos viturdes: su virtuosismo al piano y su afabilidad con la gente. Pianistas, directores y alumnas la recuerdan como una persona «de energía positiva, cariñosa y generosa» o como una mujer «de la que la gente se enamoraba, era imposible no hacerlo».

Tras fallecer su marido tuvo la etapa más prolífica de su carrera. Seguía ensayando sin descanso en casa o en hoteles. En el piano de su casa de Sarrià, un modelo Stenway de cola, ponía mantas para insonorizar el ruido y no molestar a los vecinos. Su nieta recuerda cómo se tumbaba debajo de éste mientras ella ensayaba para dormir la siesta. «Me dormía mirandole los piececitos», dice. Sus manos, mientras tanto, obraban la magia.

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